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zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

FEMINISMO AUTÓNOMO EN LOS 90. EL CASO DE RUDA

Este artículo aunque escrito por una sola persona y por ello, basado en su memoria limitada, trata de contar el recuerdo de una experiencia colectiva de un puñado de mujeres, que hoy día seguimos considerando tan valiosa, útil y esencial en la identidad de la mayoría de aquellas que formábamos el colectivo Ruda.

No es mi intención hacer un recorrido de las muchas actividades realizadas dentro del colectivo, pero me gustaría contar cómo fue el comienzo de esta experiencia  para ubicarlo en el momento social en el que se fue desarrollando y también el deseo desde el que nacía como lugar de encuentro y lucha de mujeres.

Ruda “nace en 1992 en la ciudad de Zaragoza en el seno de una casa okupada llena de energía, hermosura y rebeldía, toda ella femenina, feminista y libertaria”. Así lo dice una mujer del colectivo cuando hacía memoria para una publicación que nunca vio la luz, con motivo del décimo aniversario del colectivo. Distintas mujeres que participábamos en colectivos mixtos por la insumisión, ocupación, liberación animal… queremos juntarnos y hacer un grupo feminista para trabajar, conocer, analizar y proponer acerca de diversos temas sobre los que dar nuestra visión. Deseábamos poder contar con  un espacio de relación, un espacio “liberado” donde escuchar y compartir con mujeres.

A través de una actividad concreta como fue la realización de un taller de autoconocimiento corporal, y la publicación del dossier que recogía esta experiencia, conseguimos afianzarnos y construirnos como un colectivo “al uso”. Este taller centrado en el conocimiento del cuerpo, del ciclo y nuestra sexualidad precedió a otro trabajo grupal acerca de la identidad femenina. Estos talleres, realizados con la colaboración de Teresa Yago, ginecóloga en el  Centro Municipal de Promoción de la Salud, con amplia experiencia en trabajo grupal con mujeres,  supusieron  una profunda  búsqueda individual y colectiva del significado de “ser mujer”: ser mujer para una misma, ser mujer en las relaciones personales, ser mujer en el mundo. Trabajábamos desde nuestra experiencia pero también buscábamos en la teoría y la reflexión colectiva elementos que pudiéramos integrar en una concreta propuesta dentro del feminismo.

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Esta necesidad de “partir de una misma” caracterizará la actividad de Ruda en todo su recorrido. En los primeros momentos teníamos el discurso ideológico en primera línea. Fantaseábamos con la idea de un proyecto feminista  llevado a cabo por iguales (todas con los mismos problemas, parecidas vivencias…) para ir haciéndonos conscientes, en un proceso a veces difícil, incómodo e inquietante, de que las diferencias entre mujeres con ganas de transformarnos y transformar el mundo (al menos el más cercano) son una realidad y resultaba necesario asumirlas. Aceptar las diferencias en otras y en una misma significaba descubrir aspectos contradictorios y “poco ideológicos”, pero propios.

Creo que lo que vivíamos en nuestras propias carnes ha sido también una constante del feminismo en general. Hacer propio un discurso o una reivindicación requiere plantearse: “y esto ¿cómo me afecta como mujer?, ¿y a otras mujeres?,  ¿me sitúo en el centro o en el margen del problema?, ¿se trata de  mis necesidades o aquellas de los/as que quiero complacer, obedecer?”. Exponer estos u otros interrogantes, en función de aquello a lo que nos enfrentemos, antes de asumir una manera de trabajar o una propuesta. Cada vez había menos lugar para lo políticamente correcto y más para lo realmente necesario y deseado.

De la misma manera  defendíamos una política de lo cotidiano: destapar el machismo, dar voz a las mujeres, sentirnos con poder para participar, auto-reconocernos y ser reconocidas, establecer otras formas de relación… Para nosotras era muy importante poder llevar a la práctica en nuestro entorno cercano aquello que defendíamos para la sociedad en general. En Ruda, en esta investigación sobre la identidad femenina, hicimos un trabajo de revalorización de aquello  que se considera tradicionalmente femenino. Dándole la vuelta a muchas capacidades que han aparecido como debilidades proponíamos hacerlas extensibles a toda la sociedad.

Y no es que pretendiéramos vivir en un micromundo utópico con nuevos valores libres de injusticias; pero sí deseábamos que todas aquellas cuestiones importantes para nosotras fueran centrales en la forma de hacer política del resto de colectivos con los que compartíamos un proyecto de transformación social.  Hubo momentos en los que quizá la fuerte motivación y la potencia que te puede dar lo colectivo nos hizo ser exigentes con los hombres con los que compartíamos ese proyecto esperando que algún día hicieran suyo el deseo de pensar sobre su identidad y organizarse contra el sexismo, pues no se trataba de  “solidarizarse con la causa feminista” sino de luchar por lo que  a cada uno le toca si consideramos que el patriarcado nos oprime a todas y todos. Con el tiempo hubo algunas iniciativas en este sentido, cuando se sintió como motivación propia;  y quizá tenemos pendiente hacer este trabajo mixto. Sí que organizamos un encuentro mixto antisexista, durante un fin de semana en el Moncayo, gracias a la hospitalidad de Christofer y Chichi. Después editamos un pequeño dossier recogiendo los debates realizados, al que titulamos Tod@s contra el fuego, debido a que acabamos echando una mano para sofocar un incendio que se declaró por la zona.

Personalmente, con los años, fui necesitando menos de esa doble militancia llevada a cabo en otros colectivos. Casi todas  militábamos en los años de la efervescencia del movimiento ocupa, el antimilitarismo y la insumisión, el antifascismo… en colectivos mixtos. A parte del desgaste de energías y otros motivos había algo esencial en mi manera de percibir lo social: “¿es que el feminismo no es un espacio de intervención social en sí mismo, desde el que poder pensar y proponer? ¿Era necesario estar en otras militancias para hacer una crítica más global?”. Nuestra manera de hacer política menos “hacia fuera” y más “desde dentro” se ganó algunas críticas de “menos política con mayúsculas” y como de “mirarnos el ombligo” debido a este trabajo de partir de una misma que he tratado de explicar. Nada más lejos de la realidad: Ruda participaba en la autogestión de todos aquellos espacios donde ubicábamos nuestros proyectos y realizábamos actividades alrededor de diversas temáticas desarrolladas por el feminismo en esos momentos (primero en la Casa okupada de la Paz y, tras el desalojo, en distintos centros sociales autogestionados como el Entropía).

En Ruda nos cuestionábamos el machismo en Occidente pero: ¿y qué ocurría en otras culturas?,  ¿qué dificultades tenían otras mujeres?, ¿cómo resistían y  se organizaban?, ¿igual que nosotras?. Así, trabajamos y mostramos voces y propuestas de otros lugares del mundo, que ya no nos eran tan lejanas una vez que íbamos viendo llegar a nuestra ciudad  cada vez más inmigrantes y pensábamos acerca de cómo relacionarnos con ellas/os.

En nuestros inicios, con el autoconocimiento, pretendíamos “ser conscientes de nuestra realidad en su conjunto, de nuestros procesos psíquicos y físicos, tocarnos, sentirnos y querernos” (dossier Cuerpo, Pensamiento y  Sentimiento de Ruda). Deseábamos recuperar nuestros cuerpos y nuestra fertilidad, como lo había hecho el Self Help en los años setenta y ochenta. No sólo eso, habíamos hecho una crítica a las grandes compañías farmacéuticas y a la ciencia en general que pensando en sus beneficios y no en los de las mujeres, investigaban anticonceptivos con resultados caros y con efectos secundarios y los probaban  en los cuerpos de las mujeres de los países del Sur. Nos uníamos a una crítica  contextualizada en unas políticas demográficas diferentes para estas mujeres, que potenciaban las  esterilizaciones masivas. Y otras distintas para las de los países del Norte, animándolas a procrear fomentando el desarrollo y uso de las técnicas de Reproducción Asistida, que también tiene un alto coste para la salud de las mujeres y que  están  sujetas  a determinados  intereses económicos. Eran los años de la Conferencia Mundial sobre Población y Desarrollo de El Cairo y la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing; y a pesar de no sentirnos representadas en esos foros, nos motivaba entrar en este debate y lanzarlo al resto de la sociedad, además de potenciar la relación con otros grupos feministas, como Mujeres de Negro, debido a nuestra implicación en la lucha antimilitarista, y también a que una de nosotras había participado en un encuentro internacional de Mujeres de Negro que tuvo lugar en la ex Yugoslavia.

He dicho antes que no nos sentíamos representadas en las conferencias mundiales porque le dábamos mucho valor a hacer nuestros los discursos y propuestas, e intentábamos no estar mediatizadas por otros intereses. Cuando nos definíamos como autónomas le dábamos un significado  de libertad para  nuestras ideas y prácticas: sentirnos libres de las instituciones, los partidos, los hombres. Nos sentíamos lejos del feminismo institucional, mucho más presente en la actualidad, y también debatíamos acerca de cómo se relacionan las mujeres con el poder, debate muy actual, por otro lado. Que las mujeres formen parte del poder y que determinadas políticas sobre la igualdad  hayan ido calando en la sociedad tiene una relación directa con la desmovilización, con la falta de espacios y colectivos o movimientos feministas, pero esto sería tema para otro artículo. En Ruda aprendimos que el feminismo es un espacio de libertad donde unas cuantas mujeres podían pensar y crear a su manera, y que esa experiencia  era valiosa.

Reyes Moreno